miércoles, 28 de enero de 2015

Por el bien de Grecia. Por el bien de Europa.




Los resultados de las elecciones griegas, pese a haberse confirmado los pronósticos, han sido recibidos por muchos como una conmoción, y por no pocos como un error por parte de los griegos, del que ahora será menester sacarlos llevando al líder de la triunfante Syriza al redil de la razón austera (esa que profesan Merkel y el Bundesbank y a su dictado toda la Eurozona, mientras en Londres o Washington van a su bola y crean empleo). Los que juzgan ese empeño impracticable dibujan ya escenarios apocalípticos, con un Tsipras impermeable a toda sensatez provocando el impago de la deuda, la crisis del euro y la eventual salida de su país de la moneda única. Pero los cataclismos no se producen con tanta facilidad, cuando en las dos partes hay inteligencia y voluntad de hallar un entendimiento y, lo que es aún más decisivo, cuando existe la necesidad de alcanzarlo.

Algunos no creemos que los griegos se hayan equivocado, entre otras cosas porque el fundamento mismo de la democracia (que, por cierto, inventaron ellos) es que la voluntad mayoritaria define en cada momento el mejor itinerario que puede seguir una comunidad. A veces, y a posteriori, la Historia determina que la decisión de la mayoría fue desafortunada, pero a menudo, cuando tal sucede, el error no está en esa decisión popular, sino en factores previos e ignorados por los votantes, o posteriores y que escaparon a su voluntad expresada en las urnas o incluso la contravinieron. Al margen de estas consideraciones teóricas, más de la mitad de los griegos (si contamos, junto a los votos de Syriza, los de otros partidos nuevos) han considerado oportuno lanzarle a Europa un claro mensaje

Puesto en pocas palabras, se resumiría así: «No nos habéis tratado como se trata a la propia gente, nos habéis cobrado sin piedad nuestros errores como sociedad y aún hemos tenido que pagar los yerros de quienes en otro momento, entre nosotros, eran vuestros factores y agentes. Como europeos, desearíamos más consideración, y os pedimos que, ya que hemos de pagar por lo que hicimos mal, nos déis una oportunidad de hacerlo sin perecer en el empeño».

No merece la pena abundar en los graves descontroles de las finanzas públicas y privadas griegas. Cuando un hijo mete la pata en un negocio o en su vida personal, la reacción de la familia no es sumarse a sus lapidadores, sino tratar de echarle una mano, arrimándole una ayuda que a lo mejor no se ha ganado, para que se rehaga y se enderece. Y eso, que sin duda lo habría hecho por los franceses o los británicos, la Europa germánica no lo ha hecho por los griegos.

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