lunes, 3 de noviembre de 2014

Ah, el sistema.




Y entonces asistimos esta semana a la emotiva ceremonia de los perdones. El primero fue el de Esperanza Aguirre, que no estaría de más pensar que, fiel a su estilo, quisiera adelantarse al perdón de su jefe. Pero han llegado tarde los dos con las disculpas. Lo que se percibe es que la realidad no consigue cambiarles, pegarles un meneo, son rocosos en su manera de hacer política: piden perdón y en cuanto se calienta el debate exigen al del partido de enfrente que pida perdón también, para que nadie pueda creer que asumen en solitario todas las culpas. Hablo en plural aun a sabiendas de que hay políticos honrados, reconociendo también que esto no surge en cualquier país, sino que ha brotado del nuestro y que no es casualidad, que será por algo. No aprenden, aunque esta semana les hayamos notado un ligero temblor en sus discursos y un tono más pálido en la piel. No saben que hay algo que estamos esperando hace tiempo, algo que no sé nombrar, pero que comparto con ciudadanos que, creyentes en el sistema democrático, han concluido esta semana que hay que jubilar a estos antisistema que han malbaratado la democracia, que quieren arrebatarnos lo público para beneficiarse ellos; que nos roban, ante todo, la confianza en el futuro. Y eso no tiene perdón.

Ah, el sistema. Tanto que han hablado los señores diputados del peligroso acecho de los antisistema, tanto que han querido blindar plazas y avenidas para disolverlos, tanto que han alertado en sus tertulias contra el perroflautismo, y han resultado ser ellos los que cucamente y con el nudo de la corbata bien ajustado socavaban el sistema desde dentro, vulnerando las instituciones que debían proteger al ciudadano del mangoneo y saltándose la legalidad que decían defender. Cómo imaginar que andaban dinamitando el sistema desde dentro.