sábado, 29 de diciembre de 2012

¿Por qué ahora vamos a creer en ellos?




Los mismos economistas, los mismos gurú y santones del mundo financiero, los mismos reputados Organismos e Instituciones internacionales, las mismas Agencias de Riesgo, que hasta mediados del año 2007 vaticinaban y auguraban un crecimiento envidiable de la economía, que ni vieron venir la crisis, ni acertaron en sus vaticinios y es más con su exceso de optimismo, su falta de profesionalidad y su ineptitud, cuando no vergonzante dependencia clientelil, potenciaron la magnitud del desastre, hoy son quienes, sin ningún tipo de rubor auguran y vaticinan todo lo contrario, y es más, en el caso de las Agencias de Riesgo, se atreven a valorar y censurar actuaciones de Gobiernos e Instituciones.
¿Por qué ahora vamos a creer en ellos? Deberían haber pedido perdón y en el mejor de los supuestos haber buscado responsabilidades, depurándolas al máximo.
Solo valen sus consejos a los de siempre, a quienes con su cerril e intransigente visión política, su insolidaridad y avaricia son capaces de todo antes que ceder un mínimo de privilegios, oligárquicamente obtenidos y cruentamente en muchos casos defendidos.
Son los mismos causantes del problema, una mínima parte de la población, un escaso uno por ciento de la población del planeta, que poseen, generación en generación, del capital y los medios de producción, quienes hoy, vuelven a presentarse como solución a los problemas por ellos creados, utilizando y movilizando todos los medios a su alcance, muy poderosos por cierto, desde centros de opinión, medios de comunicación y partidos políticos, desde los que inciden electoralmente sobre estratos bastantes amplios de la ciudadanía, aprovechándose de su buena fe.
Pero decíamos que vamos a centrarnos en nuestro tiempo para intentar aportar soluciones e ideas a futuro, y vamos a hacerlo:
Partimos de una premisa que creemos poco cuestionable. Vivimos en un mundo globalizado en todas sus facetas, ninguna aldea se puede aislar de su dependencia global, por tanto los problemas y soluciones, en mayor o menos medida nos conciernen a todos y lamentablemente no vemos que nadie pueda escapar a esto por sí solo.
Ante un mundo que cambia, la primera reacción suele ser anclarse al pasado, aferrarse a formulas antes probadas y este es el primer error de partida; surgen voces, con mejores o peores intenciones de llamada para atrás.
Las llamadas al nacionalismo a ultranza, al proteccionismo, al cierre de fronteras, a buscar culpabilidad en el otro, el que viene a cambiar mi forma de vida, en definitiva la vuelta al populismo de fácil calado en una población cada vez mas amedrentada, intenta convencernos en volver al pasado para arreglar el futuro.
Habíamos dicho antes que curiosamente los Imperios que en el mundo han sido, con pocas excepciones (como por ejemplo el Romano) han durado una centuria, y si analizamos la historia, siempre en su último tercio se fueron marcando grietas que anunciaban su periodo de decadencia y sustitución.
Ante dichos síntomas, también resalta una curiosidad, nunca optaron por intentar pactar y compartir, simplemente aguantaron hasta caer.
Debiéramos todos aprender de ello, pues la humanidad no parece querer incidir en soluciones violentas, aunque a veces resulte difícil de entender observando nuestro entorno y las tensas relaciones a lo largo y ancho del orbe. Pero hemos dicho que queremos intentar avanzar en el camino de nuevas opciones y vamos allá.
Para todos debe ser una obviedad que la ultima locomotora económica del mundo moderno, hasta nuestros días, ha sido EE.UU. El problema es que, además y en función de ello, tenía que ser gendarme y juez.
Ello viene, históricamente, minando y lastrando su capacidad financiera de forma cada vez más apremiante.
Es normal por eso, que hubiera una especie de acuerdo tácito de orden internacional en cuanto a que su moneda, el dólar, fuese y sea el patrón de referencia.
Pero claro, ya que la actividad bélica hay que financiarla, con todo lo que ello comporta, entre otras y como la parte más triste y cruel la de pérdidas humanas, que menos que hacer la vista gorda al real valor de su moneda.
Se calcula que la cantidad de dólares falsos nunca bajó del 25 % sobre el circulante en cada momento. Si añadimos los cuantiosos gastos militares y aeroespaciales, no nos será difícil comprender que el déficit lleve años superando récord; para el año 2010, los más optimistas, calculaban 1,56 billones de dólares (10,60 % del PIB), la realidad superó el 13 % del PIB.
Y saben cómo se logra cuadrar el círculo para aguantar año tras año, pues es fácil, la vieja fórmula pero al revés. Siendo la moneda de referencia y cambio no debo devaluar, tengo que demostrar fortaleza, bueno pues le doy a la maquinilla y arreglado.
Al fin y al cabo es la teoría del helicóptero de Keynes con la variante de lanzarlos sobre todo el mundo en vez de sobre Nueva York. No se nota y quien lo note que me pida explicaciones que le diréde acuerdo, pero a partir de ahora pon tu también guardias y pólvora.
Mientras esto sucede así, al otro lado del Atlántico, tibiamente, el puzle Europeo empieza a entender aquello de la unión hace la fuerza, y a regañadientes, pero apremiados por los tiempos, deciden integrarse, principalmente como zona común económica, con proyección de futuro y he aquí que deciden crear una moneda única. Nace el euro al que, desde el otro lado del Atlántico, se le augura un corto recorrido una vez pase la bonanza y llegue la primera crisis, por lo que, bueno, que funcione.
Llegada la crisis y descartadas las primeras tentaciones de algunos países de volver a las monedas nacionales para la vieja fórmula de devaluar, se comprueba cómo, a pesar de todo, la moneda sirve de formidable paraguas para el conjunto, y algunos miembros del grupo no integrados en la moneda empiezan a ver ineludible adoptarla cuanto antes, aun cuando la situación actual los hace mantenerse a la espera.
Ciertos países, caso Reino Unido, ante la importancia aportada a su PIB por su City Financiera, ante el desarme que supondría renunciar a su capacidad de emisión de moneda, ante la enorme presión de poderes facticos, mantienen una difícil situación de impasse.
Aunque su sector empresarial necesita las mismas reglas de juego que sus colegas del resto europeo, la situación actual les favorece e intentan torpedear el cambio de reglas de juego financieras que irían contra los intereses de su City.
No aceptan el cambio de regulación en derivados financieros y mucho menos en tasas que graven la actividad que entienden ir contra su propia City.
El problema lo tendrían si la UE, cambiase su apoyo incondicional al sistema bancario de inversión prescindiendo de ellos, algo inevitable de persistir en su postura.
Los intereses del continente europeo no pueden plegarse por más tiempo a las ventajas de Londres. La decisión final no podrá ser otra que la plena integración.
De continuar como siempre, como su propia geografía insular y deambular en solitario se les plantearía a medio plazo una situación insostenible.
Con razonamientos miopes y nacionalistas a ultranza, como siempre, se es incapaz de buscar soluciones supranacionales que garanticen los propios intereses localistas.
La moneda, se introduce sin la infraestructura necesaria que la defienda. Priman dogmas inculcados traumáticamente de generación en generación, y vuelven a anteponerse viejos prejuicios de dominación zonal.
Cada vez que en el viejo continente se ha querido ir a uniones de conjunto, se ha intentado imponer una bandera partidista, nunca una común.
Remontándonos solo dos siglos, pasamos de Napoleón, seguimos con la barbarie de dos guerras con la misma nación y nos encontramos en el presente, parece que repitiendo errores. Eso sí, el avance es que mientras hasta ahora, las soluciones se intentaban imponer por la fuerza de las armas, hoy se intenta por la fuerza del dinero, pero en definitiva, seguimos erre que erre, persistiendo en el error
Como es posible tal ceguera, como es posible no entender que una moneda común es incompatible con una política local compartimentada por zonas. Que tiene que ocurrir para ver algo tan elemental.
La Unión Europea tiene que ceñirse a aquellos países que adopten el euro, no es posible compaginar dentro de la zona los intereses de miembros con otra moneda diferente.
Ello hará que aquellos estados que actualmente se mueven a conveniencia propia tengan que pensar en intereses comunes como forma de potenciación propia.
Con esta premisa los integrantes de la zona que siguen manteniendo su moneda verán las ventajas en sumarse a la común antes que aislarse del conjunto, por muy difícil que los intereses en juego actualmente les haga pensar lo contrario.
La fuerza y privilegio de los estados modernos es su capacidad para fabricar moneda. Es imprescindible disponer de banco emisor que pueda actuar como tal. Su limitación es la negación del propio valor de la moneda.
Tener un Banco Central Europeo limitado a vigilar unas sacrosantas y arbitrarias cifras de inflación y deuda, con funciones de lobby bancario, es cazar leones con perdigones, tiene que actuar como prestamista de último recurso.
No se puede continuar con el juego de intereses que supone entregar dinero por parte del BCE a los bancos privados, con el aval del propio Estado, al 0'75 % para que estos vuelvan a prestar al mismo comprándole bonos al 6%. Esto no es regla de oferta demanda, esto es subvención encubierta privilegiada.
Es imposible financiar la economía real en estos términos. Y es imposible romper el círculo vicioso que supone "yo como Estado te avalo, tu banco como ganas sin riesgo me ayudas comprándome bonos".
La banca privada pierde su razón de ser, su existencia se apoya en la financiación de la economía real empleando criterios supuestamente profesionales, gestionando y dirigiendo fondos, ahorros y recursos privados a la obtención de creación de riqueza de donde, independientemente obtener beneficios en su actividad posibilita el desarrollo de un bien común.
Ningún Estado, para financiarse, necesita intermediario alguno, dispone de la vía impositiva de la que soberanamente se dota.
El Estado está permanentemente refinanciando la misma deuda, aplazándola en el tiempo incrementada con nuevos intereses, sin posibilidad a futuro de reembolso pues no hay producción y por tanto no se generan nuevos ingresos.
En su agobio financiero agota su propia capacidad de endeudamiento avalando al sector bancario, no olvidemos que privado, conminando a dirigir hacia el mismo la financiación obtenida y no exigiendo la derivación de la misma al sector productivo que le permitiría refinanciarse vía impuestos al incrementar su PIB, incidiendo en la creación de empleo.
Tenemos que decidir que debe prevalecer, si la conveniencia de unos pocos estados o la de la mayoría de los que conforman la unión.
Curiosamente a esos pocos estados, con proyección a futuro, le interesa lo mismo que a la mayoría, pero la falta de visión y cortedad de miras, les hace mantenerse con la venda cortoplacista.
Alemania, que acepto la creación del BCE porque se aseguraba su control, se plantea, para que cuestionar nada, cuando me financio prácticamente al cero por ciento.
Como voy a poner en peligro la entrada de circulante, al considerárseme país refugio, que me permite cubrir las inversiones fallidas y además sin coste.
Cuando quieran ver que por mucho que exporten no habrá quien le compre, ni internamente dentro del área por falta de consumo, ni fuera de la misma por exceso de costos, pues no olvidemos que en los mercados emergentes sustituyen la producción que importaban por producción propia a unos costes con los que no es posible competir, puede ser que sea demasiado tarde.
Anteponen cualquier opción a la crisis interna euro al pago preferente de sus riesgos, libremente asumidos por rentabilidad.
Su sector bancario vio rentable invertir en lo que denominan banca periférica en proporciones elevadas, anteponiendo la alta rentabilidad prevista a la supuesta prudencia y rigor siempre considerado germánico.
Ante tamaño error basan toda su estrategia en desviar la atención a la magnitud de su problema a los países donde están ubicados los bancos deudores de ellos, imponiendo draconianas medidas de austeridad  difíciles, cuando no imposibles, de asumir.
En su ceguera y huida hacia adelante empujan al abismo a amplias capas de población a quienes se les intenta presentar culpables de despilfarros por vivir por encima de sus posibilidades, intentando calar el mensaje de su certeza y por tanto necesidad de redención.
Curioso maniqueísmo que hace recaer la redención del causante en el más débil.
Con estas premisas se permite al BCE, el apoyo a la banca endeudada porque ello beneficia a la banca acreedora. Eso sí, con la condición que la deuda sea considerada publica avalando el Estado.
Alemania no puede seguir acomplejada y marcada por el pasado. ¿Como es posible que recuerden tan machaconamente la híper inflación de 1923 y se olviden tan fácilmente de por qué llego al poder Hitler en 1933?
Con su maniqueísmo y egocentrismo están consiguiendo que cale en la población europea un sentimiento de frustración que las distancia del ideal compartido inicialmente para una plena integración.
Cuidado, porque el caldo de cultivo populista se está cociendo y sus consecuencias podrían ser devastadoras.
Europa, de nuevo en la misma encrucijada del pasado, tiene que definirse por sí misma y en su conjunto. Tiene que saber acotar intereses partidistas potenciando los comunes

lunes, 24 de diciembre de 2012

Alarma social, miedo, abuso, desprotección de los más pobres; La otra bancarrota





Casi todos nos hemos apresurado a sacar conclusiones con respecto a los resultados de Cataluña en clave autonómica. Mi propuesta aquí es tomar ese resultado como síntoma de estado porque el mensaje de fondo que emite puede leerse como ratificación de un descrédito estructural o un fin de ciclo. Si disipamos por un momento la nube de primer plano del independentismo, quizá detrás de ella comparezca lo que tiene de respuesta civil a la deslegitimación que vive la misma democracia en amplios sectores de la población.
Las opciones radicales (incluido el 15-M) respetan las reglas de juego, pero no estoy seguro de que sigan haciéndolo indefinidamente o que el nivel de deterioro de la confianza en el Estado permita seguir como si nada. Leer las sucesivas y alternas mayorías, absolutas o no, del PP y del PSOE como reprobaciones y aprobaciones sucesivas de sus políticas puede ser consolador o reconfortante, pero seguramente también es falso. Son más bien castigos infligidos un poco mecánicamente a los Gobiernos y sobre todo son fruto de la desesperada necesidad de respuestas a la crisis, que no es solo económica, sino democrática.
Dejar de detectar la creciente irritación de las clases medias y todavía asalariadas ante el amontonamiento de causas gravemente lesivas de la credibilidad del sistema político puede comportar una definitiva bancarrota moral del Estado, descontada la presumible bancarrota económica. La lista de culpas es vertiginosa: desde Nóos hasta el caso Palau, desde la trama Gürtel hasta el suculento y gigantesco fraude fiscal, desde la impunidad con que políticos imputados campean en listas electorales hasta la resistencia a actualizar la misma ley electoral o la ley de partidos.
Creerse la Constitución hoy y confiar en ella pasa seguramente por reformarla
Las analogías entre la salida de la dictadura hace treinta años y la situación actual son muchas, pero quizá la más clara es invisible, porque ya nada es como entonces: lo que fue una crisis político-militar de Estado es hoy una crisis social y económica. Pero ambas comparten altos niveles de alarma social, de miedo, de violencia tácita, de sentimiento de abuso, desvalijamiento y desprotección de los más pobres. Ambas ponen en juego la reclamación de una legitimidad democrática para impulsar una nueva confianza con compromisos fuertes, como se hizo entonces, pero de otra manera y en otras condiciones. Parece casi requisito necesario de una posible superación de la crisis restituir la credibilidad del sistema, abatida golpe a golpe por cada nuevo pufo, cada nuevo tramposo, cada nueva información sobre el desamparo social o cada indigencia ética a la vista de todos (desde Díaz Ferrán, expresidente de la CEOE, hasta el abuso calculado de los indultos o el desacato de algunos medios a las sentencias de los tribunales).
La regeneración democrática es fórmula dañada por el abuso de muchos políticos y periodistas, precisamente corresponsables de lo mismo que denuncian. Pero hacerla creíble y convincente empieza a sonar a emergencia, que el Estado necesita interiorizar como compromiso de ambición equiparable al que fundó la democracia.
La verosimilitud de una refundación democrática ya es casi lo mismo que su necesidad. La ilegimitimidad en que se arrastró el Tribunal Constitucional durante varios años, la bochornosa insuficiencia de medios de la inspección tributaria, el chantaje que lee la población ante las gigantescas ayudas a los bancos o la pasividad ante la catástrofe humanitaria que significan los muchos más de cinco millones de parados (cada vez más, sin restos de cobertura social ni familiar) o la insoportable cifra de cerca de 400.000 desahucios son tangibles razones para desfondar la fe en el sistema por parte de una mayoría de la población que todavía no ha tirado la toalla, pero puede llegar a hacerlo, de no existir un gesto político simbólicamente terminante.
La oposición de izquierdas no puede capear y esperar a que escampe
Creerse la Constitución hoy, y confiar en ella, pasa seguramente por reformarla, igual que actualizar el Estado hoy es ponerlo en la órbita del siglo XXI: que los ciudadanos no sepamos de golpe que la legislación hipotecaria cuelga de una ley de finales del siglo XIX, que los indultos sigan siendo potestad señorial del Gobierno o que la evasión de capitales cuente con la complicidad activa del sistema. Esos males eran anteriores a la crisis, pero ha sido ella la que los ha destapado ante los ciudadanos, cuando su efecto erosionador sobre la democracia era ya ancho y profundo. Y parte de esos males afectan a la estructura territorial y el evidente agotamiento de un ciclo político: la música en el PSOE empieza a sonar, pero hace falta la orquesta entera, convencida de lo que hace y de las ventajas de liderar una reforma con lógica federal. Por eso me parece que la lectura más íntima de lo que sucede reclama un sensor de síntomas de fondo, antes que un análisis de parches y apariencias. Recuperar la credibilidad hoy no tiene que ver con el pasado ni con el tacticismo político; eso es exactamente lo que ya no es ni urgente ni necesario.
La ciudadanía desolada todavía no somos la mayoría de la población. Pero la oposición de izquierdas no puede capear y esperar a que escampe, o se antoja muy irresponsable ante las condiciones reales de vida que acechan a quienes todavía conservan niveles de vida a salvo de la catástrofe. La resistencia contra la crisis necesita una inyección de moral política en forma de valentía programática para impulsar una ITV convincente y convencida del Estado. La ciudadanía más activa y despierta, mejor formada y más creativa puede dejar de tolerar la tolerancia del sistema político consigo mismo, la indulgencia endógena con sus peores lacras, la manga ancha que ha ido aplicándose a sí mismo.
No sé demasiado bien qué es un pacto de Estado, pero estoy seguro de que sí lo saben quienes pueden fabricarlo: el poder empresarial, el político y el mediático, sobre todo si este último fortalece una función pedagógica y analítica que demasiadas veces se ha dejado teñir de propaganda o contrapropaganda pura. La hora de la resistencia pasiva contra nuestras flaquezas sistémicas quizá está en las últimas y urge emprender la ruta contraria para ofrecer al ciudadano una contraofensiva cohesionadora, creíble, consecuente y pactada: será con toda seguridad dolorosa. Pero los ciudadanos necesitan rehacer la complicidad y la credibilidad con sus partidos, y volver a sentir que entienden la gravedad cotidiana de lo que pasa. La recuperación del crédito del Estado no parece auxilio menor contra el desvalimiento ético y social que la crisis ha sembrado en casi cada casa, incluida la casa del Estado.

Guerra por el agua en África



"Planeta en venta"     http://cort.as/20JJ   
  "Todo lo que no se comparte, se pierde" 
montejb Inspirado en el epitafio de Dominique Lapierre, ciudadano de Calcuta.

Multinacionales agroalimentarias, fondos de inversión y Gobiernos extranjeros pelean por el control de los acuíferos en el Este del continente


En el imprescindible libro de Naomi Klein, "La doctrina del shock" aparece una carta de dimisión de un economista del FMI a su director gerente en la que dice más o menos así: "siento que por las cosas que he hecho en su nombre en algunos países de Africa y del mundo tengo las manos tan manchadas de sangre que no creo que haya jabón suficiente en el mundo para limpiármelas"
Africa es un gran campo de concentración, como en tiempos nazis. La única diferencia, que los allí recluidos son más morenos y no manejan influencias fuera. Desde hace 20 años que veo Etiopía, Somalia y Mali , y conozco personalmente esta y otras guerras. La del agua me hizo a asegurar a mi amigo etíope Yamal, un profesor de inglés invidente que estudió en la escuela católica de Shashemane, que su obsesión por la independencia del sur etíope, de la población oromo, no valdría de nada, puesto que las montañas donde se encuentran los manantiales de agua de aquella región habían sido ya compradas por empresas alemanas. Europa y Occidente en general, sigue siendo neonazi en su práctica, por más que se autoconceda el Nobel de la Paz, sólo perpetúan el colonialismo y la esclavitud de hecho, al dejar morir a millones de personas mientras le siguen robando sus recursos. En Mali ahora pasa igual: empresas petrolíferas de EEUU, Francia y España se reparten el botín mientras preparan una guerra que no tiene en cuenta al pueblo tuareg, propietario legítimo, y reinventan Al Qaeda.
Fenomenal. Así vamos bien. Hay que seguir liberalizando los recursos, que es lo que trae el desarrollo. Si casualmente provocamos una hambruna y mueren un par de millones, pues hacemos un telemaraton y, hala, conciencia limpia. ¿A quién se le puede ocurrir llevar la contraria a los mercados con el bien que están haciendo? Ellos solo buscan la producción de riqueza. ¡Alabados sean!


Hace años que los agricultores africanos aprendieron que es imposible regar sus tierras con lágrimas. Los campos se agostan y quedan yermos. Porque de ser posible, la mayoría, en vez de ser de secano, serían de regadío. No les faltan motivos para el llanto. Multinacionales, fondos de inversión e incluso Gobiernos extranjeros se están quedando con sus aguas a través de la compra o arrendamiento de ingentes extensiones de campos de labor. Hasta ahora se había advertido del riesgo del acaparamiento de tierras, pero estos días le ha llegado el turno al agua dulce. “Esto puede tener implicaciones dramáticas para las personas que dependen de estos recursos”, advierte Paul Brotherton, de la organización no gubernamental holandesa Wetlands International. “Podrían perder su medio de subsistencia y no serían capaces de mantener a sus familias a través de la pesca o la agricultura a pequeña escala”. Y una población desplazada de sus tierras ancestrales y privada de alimentos es una invitación a la violencia. Etiopía y Kenia (delta del Tana) ya han tenido varios brotes. Por tanto, poco extraña que algunos hablen de una “guerra por el agua en África”.
La fragilidad de este elemento es tal que es el único recurso imprescindible para el ser humano que no está protegido por ningún acuerdo internacional. Y ante esta debilidad los mercados han saltado sobre ella. “Lo más valioso no es la tierra”, explica Neil Crowder, director en África de la firma de inversión Chayton Capital, con sede en Reino Unido y que ha estado adquiriendo tierras en Zambia. “El valor real está en el agua”. Así lo denuncia la organización no gubernamental Grain en un reciente trabajo titulado Exprimir África hasta la última gota.
Porque los tiburones de las finanzas hace tiempo que detectaron el potencial de este elemento. Judson Hill, director de la consultora de inversiones estadounidense NGP Global Adaptation Partners, abrió camino cuando en una conferencia en Ginebra sobre el negocio de la agricultura le preguntaron si era posible hacer dinero con el agua. “Baldes, baldes de dinero”, contestó sin inmutarse. Y añadió: “Hay muchas maneras de producir un retorno muy atractivo en este sector si sabes dónde ir”.
La frágil cuenca del Nilo sufre una oleada de proyectos agrícolas
Esto sucedía en 2010. Dos años después ya sabemos a qué lugares fueron. Sobre todo a las estribaciones de los grandes ríos africanos (Níger, Nilo, Limpopo, Omo, Wami, Tana). La cuenca del Nilo, que padece una extrema fragilidad política y social, está recibiendo una oleada de proyectos agrícolas a gran escala dirigidos sobre todo a la agricultura de exportación.
Las operaciones de acaparamiento de tierras y agua son tantas y de tal volumen que merece la pena echar un vistazo al detalle de las mismas en el único portal de mundo que las compila (http://landportal.info/landmatrix/get-the-detail/by-investor/903). Hay 925 recogidas. Y evidencian la voracidad de este nuevo hidrocolonialismo. Los protagonistas “son sobre todo empresas del gran negocio agroindustrial que están usurpando tierras y agua para incrementar su cuenta de resultados”, denuncia Gustavo Duch, coordinador de la publicación Soberanía Alimentaria.
La presión sobre los países es enorme, y tres de los principales territorios de la cuenca del Nilo (Etiopía, Sudán y Sudán del Sur) ya han cedido vastas extensiones de tierra. En Sudán y Sudán del Sur se han entregado 4,9 millones de hectáreas (una superficie superior a la de los Países Bajos) desde 2006 a firmas extranjeras. En Gambela (Etiopía), en la frontera con Sudán del Sur, multinacionales como Karuturi Global (India) o Saudi Star (Arabia Saudí), capitaneadas por los multimillonarios Ramakrisha Karuturi y Sheikh Al-Amoudi, están construyendo canales de riego para extraer agua del Nilo desde Etiopía. “La llegada masiva de estos actores deja situaciones tan difíciles de explicar como que ese país del cuerno de África, un territorio que pasa hambre, sea exportador de alimentos”, apunta Henk Hobbelink, coordinador de la organización no gubernamental Grain.
Y claro, para poner toda esta tierra en producción, debe de ser regada. ¿Hay agua suficiente? Parece que no. Si los 40 millones de hectáreas de tierra —detalla un trabajo del think tank californiano The Okland Institute— que se compraron en África en 2009 se cultivaran, harían falta entre 300 y 500 kilómetros cúbicos de este recurso al año, aproximadamente el doble (184,35 kilómetros cúbicos) de lo que consumió toda la agricultura africana en 2005. De seguir este ritmo de adquisiciones, en 2019 la demanda de agua dulce solo para dar respuesta a esas tierras nuevas superará la oferta existente.
Etiopía, Sudán y Sudán del Sur ya han cedido vastas extensiones de tierra
Incluso al mítico Nilo las cuentas no le salen. Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura), los 10 países que pertenecen a la cuenca de este río tienen, como máximo, agua para regar ocho millones de hectáreas, pero, por sí solos, Etiopía, Egipto, Sudán y Sudán del Sur ya han puesto en marcha, según Grain, infraestructuras de riego para cubrir 5,4 millones, y acaban de entregar 8,6 millones de hectáreas adicionales. “Es mucha más agua de la que existe en la cuenca y supone un suicidio hidrológico”, alerta Henk Hobbelink. Poco parece importarle a las corporaciones extranjeras que operan en la zona, como Pinosso Group (Brasil), Hassad Food (Catar), Foras (Arabia Saudí), Pharos (Emiratos Árabes) o ZTE (China). Es la búsqueda del beneficio económico, pero también una forma para muchos países de asegurarse un granero lejos de casa. Arabia Saudí tiene tierras, pero no agua. Y China tiene una ingente población que alimentar.
El agua parece acorralada e incluso la legislación diríase que está en su contra. ¿Quién tiene los derechos del agua de un río? ¿La gente que vive en sus riberas, los agricultores que dependen de él para regar o aquellos que están aguas arriba o aguas abajo? Esta naturaleza inasible es un hándicap serio. “Los límites entre legalidad e ilegalidad son a menudo borrosos y muchas veces los acaparadores se aprovechan de esta complejidad”, reflexiona Lyla Mehta, profesor en la University of Life Sciences de Noruega.
El poeta uzbeko Muhammed Salikh escribió: “No se puede rellenar el Mar de Aral con lágrimas”. Pero estamos abocados al llanto. “Si el problema de la gestión eficiente de este recurso no se resuelve, algunos países tendrán que importar agua para cultivar, desalinizar, o incluso traer de fuera las cosechas propias”, narra por correo electrónico un representante del fondo Pictet Agriculture. Un mundo que bien semeja el Dune imaginado por Frank Herbert